Un boricua que limpia albercas en tanga me dijo que para ser mejor persona hay que crearse necesidades y retos.
O algo así.
y.. me impresionó.
y entendí por qué se iba.
fin.
Se aproximó el ruido a llegar a sus oídos, a expensas de una voz distorsionada, al tiempo de sus manos en continuo movimiento, donde el brincoteo, el sudor y los ojos rojos son el rasgo común de las personas.
Se inclina el whisky, se acomoda el vaso y puede percibirse en los sentidos el olor a dulce concentrado desinhibidor de gente con un “ligero e insignificante” grado de licor.
Alguna vez alguien me dijo “ ese es el elixir de los hombres” , o algo parecido.
Resbalándose por las paredes, besando al hielo, deshaciéndolo poco a poco, se logra llegar al fondo. Estoy seguro que eso fue lo que me dijo o se le acerca, pero normalmente el palpable ambiente de los cuerpos no te deja escuchar mucho.
Entre uno y otro trago, al final de la botella estaba ella, no “ ella” la de ayer, ni ella la de hace rato, simplemente era otra ella y no sabía cómo llamarla.
Con el equilibrio ahogado, pero aún lo suficientemente estable para estar de pie.
Ella, bailándole a su misma sombra, al reflector del techo, desviando la mirada mientras pasa entre la mía, borracha, perdida, cumpliendo con otro rasgo común de los presentes, no percibe que la observo atrás de los cristales.
Tragándome el aliento, espero a que pase algo,mientras sorbo a sorbo se ve distorsionada su silueta .
Tres minutos.
Dos minutos más.
Y sigo en la misma condición que la observada.
Un último y ya.
Esperando, a través de la botella, que está un poco vacía .
Se resbala el whisky por entre los hielos, pero esta vez no llega al fondo.
Y ella, ya no está.
- Otra botella de whisky por favor.
La realidad, si no fuera tan cruel, parecería un videojuego: a cada paso que das encuentras cuerpos destrozados, trampas, payasos que cortan la respiración. Pero uno no es distinto de lo que ve, somos lo que vemos: recorriendo la realidad nos recorremos a nosotros.
Ese parque al que todavía vas de vez en cuando, es tu reserva vegetal; esa calle a la que vuelves obsesivamente sólo conduce a ti; ese escaparate frente al que te detienes evoca el orden moral de tu niñez. Esa anciana que ha asfixiado a sus dos nietos, en Granada, porque no querían comer, eso dice, eres tú, soy yo; sus nietos somos todos. En Bélgica acaba de pedir asilo político un sueco condenado a un año de cárcel en su país por tirar de las orejas a sus hijos. Ya no sabemos si es más atroz el crimen de este sueco o el de la anciana granadina; el videojuego de la realidad va tan deprisa que no puedes detenerte a pensar.
Al fin y al cabo, todas esas zonas de ti mismo son amables en comparación con tus suburbios.A tus suburbios te puedes asomar a través del agujero del televisor: ahí está lo peor de ti, tus deseos más inconfesados, tus territorios más mezquinos, tus zonas más oscuras las ilumina el televisor: aprieta al azar un botón, levanta una piedra y saldrán mil alimañas de debajo; ese conde italiano de suaves maneras que llama puta a su mujer y cerdito a su hijo, eres tú, recuerda que eres lo que ves, y esa mujer herida de ojos afilados que pone a tender sus vísceras a la vista de todos, también soy yo, o sea, tú. No eres mejor que ella, lo que pasa es que ahora estás a este lado del videojuego y tu papel en este lado consiste en escandalizarte.
Todo eso que crees que está fuera de ti lo llevas dentro, te constituye. Sobre esos escombros te incorporas cada día y dejas reposar tu cuerpo por la noche. Y tienes suerte, te ha tocado vivir en el interior de un videojuego privilegiado: hay otros en los que la gente mata, se mata, por un trozo de pan, por un trozo de patria. Por un pedazo de cualquier cosa.Juan Jose Millas